La sobremesa es el lugar común ideal para extender un rato la reunión. Nadie se le anima al postre, el deber llama, aunque puede que en otro momento se repita. Como también puede que en algún momento el fútbol los una bajo el amparo de un mismo escudo. "Viste como es esto. Quizás algún día jugamos juntos; quién sabe. Esta profesión es una rueda mágica", comenta el "Negro", que se maneja como nadie por las bandas, y "Monito" sabe hacer su trabajo en el área. Serían la dupla ideal de varios entrenadores.

Hay algo bien claro que no se discute dentro de esta hipótesis. Pueden jugar juntos en el "decano" o en el "santo". Imposible. "Noooo, ahí no hay chance, ja, ja, ja", gambetea la balacera el criado en San Lorenzo. "Nooooo, ¿querés que me maten?", le sonríe a la chicana Miguel. El agua y el aceite no se mezclan, ¿no?

Ahora, cambiar la camiseta, ¿se puede? Difícil. "¡Vos estás jugando con nuestra vida, eh!" remata el nueve de Bolívar y Pellegrini al compás de una carcajada de su colega, que asiente cada una de las palabras utilizadas en la respuesta del futuro enemigo por un día. Ninguno vaticina un resultado. "Eso no se hace. Primero hay que jugar. Hablar por hablar, no", subraya Chávez, quien ve el hueco en el tema y se larga a explotarlo. "La gente habla mucho, al extremo. Lo hace por demás y te ensucian. Yo ya tuve muchísimas discusiones...

Vos me preguntaste si estuve en las picadas esta semana y te dije no. A las 23.30 del martes estaba durmiendo es casa con mi novia. ¿Ves? Se hablan muchas boludeces que después repite el resto que escucha a esos charlatanes", envía el mensaje el "Negro". "Por ahí fastidia un poco, no te cae bien, no hay que darle bola a esa gente", cava la zanja "Monito". "A los primeros que matan siempre es a nosotros", entierra el asunto Chávez. Y a otra cosa.